Día cuarto

 

MARÍA PEREGRINA EN LA FE


Oración Inicial

ORACIÓN A LA VIRGEN DEL CARMEN

 

Virgen del Carmen, Llevamos sobre nuestro pecho tu santo escapulario, signo de nuestra consagración a Ti.

 

Nuestra consagración, Señora, nos exige una entrega sin reservas a tu Persona, una dedicación generosa a tu servicio, una fidelidad inquebrantable a tu amor y una solícita imitación de tus virtudes.

 

 

Santa María, no podríamos vivir nuestra consagración con olvido de quienes son tus hijos y nuestros hermanos. Por eso, nos atrevemos a consagrarte la Iglesia y el mundo; nuestras familias y nuestra Patria. Te consagramos especialmente los que sufren en el alma o en el cuerpo: los pecadores, los tentados, los perseguidos, los secuestrados, los marginados, los reclusos, los desterrados, los enfermos... Madre y Reina del Carmelo, por nuestra consagración somos tuyos ahora y en el tiempo. Que lo sigamos siendo por toda la eternidad. Amén.

 

LECTURA BÍBLICA

 

Del evangelio según san Lucas (1, 39-47)

 

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre.

Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá». María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador».

Palabra del Señor.

 

 

REFLEXIÓN

"Feliz la que ha creído". Esta expresión es "como una clave que nos abre a la realidad íntima de María". Por eso quisiéramos presentar a la Madre del Señor como peregrina de la fe. Como hija de Sión, ella sigue las huellas de Abraham, quien por la fe obedeció y salió hacia la tierra que había de recibir en herencia, pero sin saber a dónde iba.

 

María es la creyente por excelencia, como lo dice el Vaticano II: "La bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz".

 

La Anunciación "es el punto de partida de donde inicia todo el camino de María hacia Dios", un camino de fe que conoce el presagio de la espada que atraviesa el alma, pasa por los tortuosos senderos del exilio en Egipto y de la obscuridad interior, cuando María "no entiende" la actitud de Jesús a los doce años en el templo, pero conserva todas estas cosas en su corazón.

 

La cima de esta peregrinación terrena de María en la fe es el Gólgota, dónde Ella vive íntimamente el misterio pascual de su Hijo: en cierto sentido, muere como madre al morir su Hijo y se abre a la resurrección con una nueva maternidad respecto de la Iglesia. (Juan 19,25- 27).

 

En el Calvario María experimenta la noche de la fe, como la de Abraham en el Monte Moria y después de la iluminación de Pentecostés, sigue peregrinando en la fe hasta la Asunción, cuando el Hijo la acoge en la bienaventuranza eterna. La bienaventurada Virgen María sigue "precediendo" al pueblo de Dios. Su excepcional peregrinación de la fe representa un punto de referencia constante para la Iglesia.  

La visita a Isabel se concluye con el cántico del Magníficat, un himno que atraviesa, como melodía perenne, todos los siglos cristianos: un himno que une los corazones de los discípulos de Cristo por encima de las divisiones históricas, que estamos comprometidos a superar con vistas a una comunión plena.

 

En este clima ecuménico es hermoso recordar que Martín Lutero, en 1521, dedicó a este santo cántico de la bienaventurada Madre de Dios como él decía, un célebre comentario. En él afirma que el himno debería ser aprendido y guardado en la memoria por todos, puesto que en el Magníficat María nos enseña cómo debemos amar y alabar a Dios, Ella quiere ser el ejemplo más grande de la gracia de Dios para impulsar a todos a la confianza y a la alabanza de la gracia divina. 

 

María celebra el primado de Dios y de su gracia que elige a los últimos y a los despreciados, a "los pobres del Señor", de los que habla el Antiguo Testamento; cambia su suerte y los introduce como protagonistas en la historia de la salvación.

 

GOZOS A NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN

 

Pues sois de nuestro consuelo

el medio más poderoso,

sed nuestro amparo amoroso

Madre del Dios del Carmelo.

 

Desde que en la nubecilla,

que sin mancha os figuró,

de Virgen Madre adoró

Elías la maravilla,

a vuestro culto capilla

erigió en primer modelo.

 

Tan primeros para vos

los hijos de Elías fueron

que por timbre merecieron

ser “de la Madre de Dios”.

Título es este que Dios

les dio a su heredado anhelo.

 

Por ello vos honras tantas,

Señora, al Carmelo hicisteis

que, viviendo, le asististeis

mil veces con vuestras plantas;

con vuestras palabras santas

doblaste su antiguo celo.

 

Del Carmelo descendieron

de Elías los seguidores

y en la Iglesia coadjutores

de los apóstoles fueron;

del evangelio esparcieron

la verdad por todo el suelo.

 

A San Simón, general,

el escapulario disteis;

insignia que nos pusisteis

de hijos como señal,

contra el incendio infernal

es defensivo consuelo.

 

Quien bien viviere y muriere

con tal señal, es notorio

que, por vos, del Purgatorio

saldrá presto, si allá fuere.

Por tu patrocinio espere

tomar a la Gloria el vuelo.

 

Vuestro escapulario santo

escudo es tan verdadero,

que no hay plomo ni hay acero

del que reciba quebranto;

Puede, aunque es de lana, tanto

que vence al fuego y al hielo.

 

Flores de vuestro Carmelo

son la variedad de santos,

profetas, mártires tantos,

vírgenes y confesores,

pontífices y doctores,

que hacen vuestro Monte Cielo.

 

Dando culto a vuestro honor

durará siempre el Carmelo,

porque así lo alcanzó el celo

de Elías, su fundador:

cuando Cristo, en el Tabor,

mostró su gloria sin velo.


MAGNIFICA

 

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

 

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.

 

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

OREMOS.

 

Oh Virgen del Carmen, Madre de Dios y de los pecadores, especial protectora de los que visten tu sagrado escapulario, te suplico por lo que Dios te ha engrandecido, escogiéndote para verdadera Madre suya, que me alcances de tu querido hijo Jesús, el perdón de mis pecados, la enmienda de mi vida y la salvación de mi alma. Amén.