Día sexto

 

MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA 


oración Inicial

ORACIÓN A LA VIRGEN DEL CARMEN

 

Virgen del Carmen, Llevamos sobre nuestro pecho tu santo escapulario, signo de nuestra consagración a Ti.

 

Nuestra consagración, Señora, nos exige una entrega sin reservas a tu Persona, una dedicación generosa a tu servicio, una fidelidad inquebrantable a tu amor y una solícita imitación de tus virtudes.

 

 

Santa María, no podríamos vivir nuestra consagración con olvido de quienes son tus hijos y nuestros hermanos. Por eso, nos atrevemos a consagrarte la Iglesia y el mundo; nuestras familias y nuestra Patria. Te consagramos especialmente los que sufren en el alma o en el cuerpo: los pecadores, los tentados, los perseguidos, los secuestrados, los marginados, los reclusos, los desterrados, los enfermos... Madre y Reina del Carmelo, por nuestra consagración somos tuyos ahora y en el tiempo. Que lo sigamos siendo por toda la eternidad. Amén. 

 

LECTURA BÍBLICA

 

Del Evangelio según san Lucas (1, 26-38)

 

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen esposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquél.

El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».

Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?». El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.

Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible».

María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y la dejó el ángel.

 

Palabra del Señor.

 

REFLEXIÓN

Desde la Encarnación de Jesús en el seno de María comenzó una íntima relación de la Virgen con su Hijo, que toma cuerpo y sangre del seno de su Madre por obra del Espíritu Santo: el mismo Cuerpo y Sangre que Jesús ofrecerá en la cruz del Calvario como sacrificio, y dará en comunión en la Cena Pascual, como alimento espiritual bajo los signos sacramentales del pan y del vino.  «El mismo Cuerpo y la misma Sangre nacidos de la Virgen María, es lo que el sacerdote consagra en la mesa del altar, y se recibe en la Comunión sacramental.

 

La Virgen dijo “SI” al Ángel Gabriel, “hágase”, porque creyó que concebiría en su seno al verdadero Hijo de Dios; así mismo, los fieles cristianos, cuando recibimos la Hostia Consagrada del Cuerpo de Cristo, respondemos “amén”, es decir, así sea, conscientes de que lo que recibimos es la Sagrada Eucaristía, la presencia real y viva de Jesucristo, con su Cuerpo, su Sangre, su alma y divinidad.

 

Durante nueve meses, la Virgen María llevó en su seno el Cuerpo del Hijo de Dios; Ella fue su «sagrario» viviente: el primer sagrario de la Tierra. Al visitar a su prima Isabel en las montañas de Judea, la Virgen llevó a esa casa de Zacarías la presencia viva de Jesús  hasta el niño Juan, en el seno de su madre, que saltó de alegría, e Isabel felicitó a María diciéndole: «Bendita tú entre las mujeres, bendito el fruto de tu vientre; feliz porque has creído, porque lo que se te ha dicho de parte del Señor, se cumplirá»." También Ella,  acompañada de José su esposo, a los cuarenta días de nacido Jesús, lo presentó en el templo y lo ofreció al Señor; fue cuando el anciano Simeón le anunció que una espada le atravesará el alma",  aludiendo con esto al Sacrificio de Cristo al que Ella se iba a unir íntimamente durante toda su vida.

 

La Virgen María se unió sobre todo al Sacrificio de Cristo en el Calvario, cuando oyó de su boca sus últimas palabras, junto a la cruz, y Él la encomendó a Juan como su Madre y a él lo nombró su hijo, y con Juan Apóstol, a todos los hombres. Presenció su muerte, lo recibió en su regazo y lo depositaron en el sepulcro que adquirió José de Arimatea.

 

La Eucaristía, que también llamamos "Santa Misa", es la conmemoración que hace viva y actual la muerte y la resurrección de Cristo, por el mandato que el Señor mismo dio a los Apóstoles la Última Cena: «Hagan esto en memoria mía» «Cada vez que comen de este pan y beben de esta copa, proclaman la muerte del Señor, hasta que vuelva». Los discípulos de las primeras comunidades cristianas se reunían en las casas a la oración y la Fracción del Pan, y escuchaban las enseñanzas de los Apóstoles. La Virgen María, mujer eucarística, en las Bodas de Caná obtuvo de su Hijo el milagro de la conversión del agua en vino, cuando indicó a los sirvientes «Hagan lo que mi Hijo les diga» Ciertamente que la Santísima Virgen asistió a estas celebraciones de los Apóstoles antes de antes y después de la Ascensión de Cristo al Cielo.

 

Ella recibió de las manos de los Apóstoles la comunión del Cuerpo de Cristo. Como Madre de la Iglesia, la Virgen María está presente en todas las Celebraciones Eucarísticas, y de ella se hace mención en la oración litúrgica de la Misa, para imitar su devoción a este Santísimo Sacramento, Misterio de Fe, que ella creyó, adoró y agradeció con toda su alma.

 

 

¿Qué habrá experimentado la Madre al escuchar de boca de Pedro, Juan y los demás apóstoles las palabras de la Última Cena: «Éste es mi cuerpo que será entregado por vosotros»? Para María recibir la Eucaristía debía ser una experiencia singularmente paradójica, puesto que es como si de nuevo acogiera a su Hijo en su corazón y en su vientre, participara de nuevo en su crucifixión y lo reconociese RESUCITADO, realmente presente según su promesa: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo». 

 

GOZOS

 

Pues sois de nuestro consuelo

el medio más poderoso,

sed nuestro amparo amoroso

Madre del Dios del Carmelo.

 

Desde que en la nubecilla,

que sin mancha os figuró,

de Virgen Madre adoró

Elías la maravilla,

a vuestro culto capilla

erigió en primer modelo.

 

Tan primeros para vos

los hijos de Elías fueron

que por timbre merecieron

ser “de la Madre de Dios”.

Título es este que Dios

les dio a su heredado anhelo.

 

Por ello vos honras tantas,

Señora, al Carmelo hicisteis

que, viviendo, le asististeis

mil veces con vuestras plantas;

con vuestras palabras santas

doblaste su antiguo celo.

 

Del Carmelo descendieron

de Elías los seguidores

y en la Iglesia coadjutores

de los apóstoles fueron;

del evangelio esparcieron

la verdad por todo el suelo.

 

A San Simón, general,

el escapulario disteis;

insignia que nos pusisteis

de hijos como señal,

contra el incendio infernal

es defensivo consuelo.

 

Quien bien viviere y muriere

con tal señal, es notorio

que, por vos, del Purgatorio

saldrá presto, si allá fuere.

Por tu patrocinio espere

tomar a la Gloria el vuelo.

 

Vuestro escapulario santo

escudo es tan verdadero,

que no hay plomo ni hay acero

del que reciba quebranto;

Puede, aunque es de lana, tanto

que vence al fuego y al hielo.

 

Flores de vuestro Carmelo

son la variedad de santos,

profetas, mártires tantos,

vírgenes y confesores,

pontífices y doctores,

que hacen vuestro Monte Cielo.

 

Dando culto a vuestro honor

durará siempre el Carmelo,

porque así lo alcanzó el celo

de Elías, su fundador:

cuando Cristo, en el Tabor,

mostró su gloria sin velo.


MAGNIFICA

 

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

 

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.

 

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

OREMOS.

 

Oh Virgen del Carmen, Madre de Dios y de los pecadores, especial protectora de los que visten tu sagrado escapulario, te suplico por lo que Dios te ha engrandecido, escogiéndote para verdadera Madre suya, que me alcances de tu querido hijo Jesús, el perdón de mis pecados, la enmienda de mi vida y la salvación de mi alma. Amén.