Día séptimo

 

MARÍA DISCÍPULA Y EVANGELIZADORA 


oración Inicial

ORACIÓN A LA VIRGEN DEL CARMEN

 

Virgen del Carmen, Llevamos sobre nuestro pecho tu santo escapulario, signo de nuestra consagración a Ti.

 

Nuestra consagración, Señora, nos exige una entrega sin reservas a tu Persona, una dedicación generosa a tu servicio, una fidelidad inquebrantable a tu amor y una solícita imitación de tus virtudes.

 

 

Santa María, no podríamos vivir nuestra consagración con olvido de quienes son tus hijos y nuestros hermanos. Por eso, nos atrevemos a consagrarte la Iglesia y el mundo; nuestras familias y nuestra Patria. Te consagramos especialmente los que sufren en el alma o en el cuerpo: los pecadores, los tentados, los perseguidos, los secuestrados, los marginados, los reclusos, los desterrados, los enfermos... Madre y Reina del Carmelo, por nuestra consagración somos tuyos ahora y en el tiempo. Que lo sigamos siendo por toda la eternidad. Amén. 

 

LECTURA BÍBLICA

 

Del Evangelio según san Lucas (2, 1-14)

 

En aquel tiempo, salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero.

Éste fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.

También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaba allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.

En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.

Y un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor.

El ángel les dijo: «No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».

De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:

«Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor».

 

Palabra del Señor.

 

REFLEXIÓN

María, al dar el asentimiento de la fe en el anuncio del ángel, acoge al Señor en su seno Inmaculado y se encuentra con Él en primera persona.

 

¡Qué experiencia de unión y comunión la de la Madre con el Hijo! Que lo lleva en sí misma, lo ama con todo su corazón de Madre, se adhiere a Él cordialmente y establece con Él una profunda sintonía y comunión. Y así, llevándolo en sí misma y encontrándose con Él en la intimidad de su propio ser, se siente impulsada a llevarlo a los demás, a irradiarlo, a trasmitirlo con el gozo y la alegría que produce esta presencia en el corazón humano. Movida por la sobre abundancia de amor, ante la presencia en su seno de quien es el mismo amor, sale presurosa al encuentro de Isabel y a penas el saludo de la Madre del Señor llega a sus oídos ella se llena el Espíritu y el niño salta de gozo en su seno.

 

María nos enseña cómo la presencia del Señor en su seno la mueve al anuncio y al servicio; ella lleva en sí a quien es la Buena Nueva y por los efectos de su unión vive intensamente la dinámica irradiante de la palabra, la sobreabundancia plenificada que se torna en el ansia comunicativa. "Ay de mí si no anuncio el Evangelio", dice San Pablo; María vive en su interior esa dinámica de quien lleva la impronta de la Buena Nueva. Al mirar a la Madre en la escena de la visitación comprendemos nítidamente que el apostolado es trasmitir al Señor, dar a conocer a quien se lleva en su seno.

María es misionera, los es, porque la misión consiste en llevar a Cristo a los hombres. María cumple a la perfección esta labor de misionera y evangelizadora; nos da a Cristo al concebirlo en su vientre, y nos hace conocedores de la luz al presentarlo en el templo como luz que alumbra a todas las naciones.

 

En el nacimiento de Jesús, María vive su momento cumbre, como misionera entregando al mundo al Redentor y Salvador. Entrega a su hijo Dios y Hombre tanto a los humildes pastores, como a los reyes magos y poderosos de la tierra.

 

En las bodas de Cana María es la gran misionera, intercede para que se revele el misterio de Jesús como el Mesías y los discípulos comiencen a creer en ÉL.

 

María nos enseña a ponerlo todo en manos de Jesús mediante su indicación; "Haced lo que Él os diga". Mientras comparte el dolor de su Hijo María se convierte en misionera de la salvación en la agonía de Jesús junto el discípulo Juan, donde se escuchan estas palabras: "Mujer ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu Madre".

 

El amor entre los hombres y María se hace misión. La Iglesia evangelizadora necesita aprender de María la relación con el Espíritu Santo mediante un renovado Pentecostés. La Virgen misionera nos enseña a vivir en la acción de Dios, al colaborar para que Cristo sea formado en nosotros por el Espíritu Santo que se nos ha dado y a establecer la Iglesia en los diversos lugares y culturas de la tierra.

 

 

"Ella es la Madre de la Iglesia evangelizadora y sin ella no terminamos de comprender el Espíritu de la nueva evangelización". Ella es el alma de esa comunidad que recibió la misión, la primera que recibió la misión de ir al mundo y anunciar el Evangelio.

 

GOZOS

 

Pues sois de nuestro consuelo

el medio más poderoso,

sed nuestro amparo amoroso

Madre del Dios del Carmelo.

 

Desde que en la nubecilla,

que sin mancha os figuró,

de Virgen Madre adoró

Elías la maravilla,

a vuestro culto capilla

erigió en primer modelo.

 

Tan primeros para vos

los hijos de Elías fueron

que por timbre merecieron

ser “de la Madre de Dios”.

Título es este que Dios

les dio a su heredado anhelo.

 

Por ello vos honras tantas,

Señora, al Carmelo hicisteis

que, viviendo, le asististeis

mil veces con vuestras plantas;

con vuestras palabras santas

doblaste su antiguo celo.

 

Del Carmelo descendieron

de Elías los seguidores

y en la Iglesia coadjutores

de los apóstoles fueron;

del evangelio esparcieron

la verdad por todo el suelo.

 

A San Simón, general,

el escapulario disteis;

insignia que nos pusisteis

de hijos como señal,

contra el incendio infernal

es defensivo consuelo.

 

Quien bien viviere y muriere

con tal señal, es notorio

que, por vos, del Purgatorio

saldrá presto, si allá fuere.

Por tu patrocinio espere

tomar a la Gloria el vuelo.

 

Vuestro escapulario santo

escudo es tan verdadero,

que no hay plomo ni hay acero

del que reciba quebranto;

Puede, aunque es de lana, tanto

que vence al fuego y al hielo.

 

Flores de vuestro Carmelo

son la variedad de santos,

profetas, mártires tantos,

vírgenes y confesores,

pontífices y doctores,

que hacen vuestro Monte Cielo.

 

Dando culto a vuestro honor

durará siempre el Carmelo,

porque así lo alcanzó el celo

de Elías, su fundador:

cuando Cristo, en el Tabor,

mostró su gloria sin velo.

 

MAGNIFICA

 

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR Lc 1, 46-55

 

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.

 

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

OREMOS.

 

Oh Virgen del Carmen, Madre de Dios y de los pecadores, especial protectora de los que visten tu sagrado escapulario, te suplico por lo que Dios te ha engrandecido, escogiéndote para verdadera Madre suya, que me alcances de tu querido hijo Jesús, el perdón de mis pecados, la enmienda de mi vida y la salvación de mi alma. Amén.