Día tercero

 

 

MARÍA, MUJER DE LA ESCUCHA DE LA PALABRA, MUJER ORANTE, Y DISCÍPULA DE CRISTO


Oración Inicial

 

ORACIÓN A LA VIRGEN DEL CARMEN

 

Virgen del Carmen, Llevamos sobre nuestro pecho tu santo escapulario, signo de nuestra consagración a Ti.

 

Nuestra consagración, Señora, nos exige una entrega sin reservas a tu Persona, una dedicación generosa a tu servicio, una fidelidad inquebrantable a tu amor y una solícita imitación de tus virtudes.

 

Santa María, no podríamos vivir nuestra consagración con olvido de quienes son tus hijos y nuestros hermanos. Por eso, nos atrevemos a consagrarte la Iglesia y el mundo; nuestras familias y nuestra Patria. Te consagramos especialmente los que sufren en el alma o en el cuerpo: los pecadores, los tentados, los perseguidos, los secuestrados, los marginados, los reclusos, los desterrados, los enfermos... Madre y Reina del Carmelo, por nuestra consagración somos tuyos ahora y en el tiempo. Que lo sigamos siendo por toda la eternidad. Amén. (3 Ave Marías y un Gloria)

 

LECTURA BÍBLICA

Del Evangelio según san (Lucas 2, 27-35)

En aquel tiempo, Simeón, impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel».

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma».

Palabra del Señor.

 

REFLEXIÓN

 

En este día contemplamos en María sobre todo su fe, su disponibilidad para con Dios, su escucha de la Palabra, su actitud de oración y de alabanza, su sentido de solidaridad para con los demás, su participación activa en la comunidad, su fortaleza ante las dificultades, y su generosidad en el cumplimiento de la misión que Dios le encomendó.

 

Con su SI, María permite que la Palabra espada de dos filos actué en su vida. Esta actitud de María nos enseña que la fe es una respuesta personal y amorosa a lo que Dios nos propone.

 

Una de las actitudes que más pone de relieve la Iglesia cuando venera y habla de María, es su actitud creyente. María de Nazaret, es como el espejo de todas las personas que, desde el pueblo de Israel hasta la Iglesia actual, han sabido aceptar a Dios en sus vidas.

 

Así como Eva dijo “No”, María dijo “SI”; María respondió con todo su ser humano y femenino, y con una disponibilidad perfecta a la acción del Espíritu Santo; por es cuando el Ángel le comunicó su mensaje, ella, llena de fe y concibiendo a Cristo en su mente antes que en su seno, dijo: he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra. (Lucas 1,38).

 

María es mujer orante, y abierta totalmente a Dios, disponible para cumplir su voluntad. Los católicos entendemos la oración como un diálogo; como una respuesta al Dios que nos habla y nos salva.  Así aparece María en la visita a su prima Santa Isabel, donde prorrumpe en expresiones de alabanza a Dios, de humildad, de fe y de esperanza: todo eso es el cántico del Magnifica (Lucas 1,46-56), la oración por excelencia de María, canto de los tiempos mesiánicos, en el que concluye la gozosa alegría del Antiguo y Nuevo Israel.

 

La oración que brota de la escucha creyente es ante todo admiración gozosa por la actuación de Dios en nuestra vida y en nuestra historia. En el Magnifica, María expresa llena de júbilo su alabanza a Dios por lo que ha hecho en ella y en todo el pueblo de Israel. Este canto de la Virgen se ha convertido en oración de la Iglesia de todos los tiempos, es el Magnifica de la Iglesia en camino.

 

María nuestra Madre en su oración intercede por nosotros ante su Hijo; ella aparece como intercesora en las bodas de Caná (Juan 2,1-11). Allí haciendo presente a su Hijo con delicada súplica una necesidad temporal, obtiene algo más: que Jesús, realizando el primero de sus milagros, manifieste su Gloria y sus discípulos crean en Él (Juan 2,11).

 

María ora por nosotros y con nosotros. El libro de los Hechos muestra como los apóstoles perseveraban unánimes en la oración, juntamente con María la Madre de Jesús, y con sus hermanos (Hechos 1,14). Aquí aparece la oración comunitaria de la Iglesia naciente, que siguiendo el encargo del Señor, se había congregado en la sala superior a la espera del Espíritu Santo. Ahí está la Madre de Jesús en la espera de Pentecostés, y al unir sus oraciones a la de los discípulos, se convirtió en el modelo de la Iglesia orante.

María es también discípula y seguidora de Cristo, el Evangelio la presenta como la que “conservaba y meditaba todos los misterios de Dios en su corazón” (Lucas 1,38-45; 2,19-51). Cuando alguien anunció a Jesús que allí estaban su Madre y sus parientes, Él contestó: “aquí tenéis a mi madre y mis hermanos: el que cumple la voluntad de Dios ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Marcos 3,31-35).  Más que la maternidad natural, entrañable y gozosa, es su calidad de oyente y cumplidora de la palabra la que da merito a esta Mujer de Israel y como consecuencia a todos los que como ella dicen SI a Dios.

 

 

María es nuestra mejor maestra y guía en el camino de la fe, que nos enseña la obediencia a Jesús. “Haced lo que Él os diga” (Juan 2,1-12), es la consigna que Ella dio a los sirvientes de Caná y ahora a todos los que saben mirarla y dirigirse a ella. Ser buenos discípulos como María implica ser buenos oyentes del Señor, acoger la Palabra en la vida y permanecer fieles a ella en las distintas pruebas a ejemplo de María que lo hizo siempre y hasta la cruz.

 

GOZOS 

 

Pues sois de nuestro consuelo

el medio más poderoso,

sed nuestro amparo amoroso

Madre del Dios del Carmelo.

 

Desde que en la nubecilla,

que sin mancha os figuró,

de Virgen Madre adoró

Elías la maravilla,

a vuestro culto capilla

erigió en primer modelo.

 

Tan primeros para vos

los hijos de Elías fueron

que por timbre merecieron

ser “de la Madre de Dios”.

Título es este que Dios

les dio a su heredado anhelo.

 

Por ello vos honras tantas,

Señora, al Carmelo hicisteis

que, viviendo, le asististeis

mil veces con vuestras plantas;

con vuestras palabras santas

doblaste su antiguo celo.

 

Del Carmelo descendieron

de Elías los seguidores

y en la Iglesia coadjutores

de los apóstoles fueron;

del evangelio esparcieron

la verdad por todo el suelo.

 

A San Simón, general,

el escapulario disteis;

insignia que nos pusisteis

de hijos como señal,

contra el incendio infernal

es defensivo consuelo.

 

Quien bien viviere y muriere

con tal señal, es notorio

que, por vos, del Purgatorio

saldrá presto, si allá fuere.

Por tu patrocinio espere

tomar a la Gloria el vuelo.

 

Vuestro escapulario santo

escudo es tan verdadero,

que no hay plomo ni hay acero

del que reciba quebranto;

Puede, aunque es de lana, tanto

que vence al fuego y al hielo.

 

Flores de vuestro Carmelo

son la variedad de santos,

profetas, mártires tantos,

vírgenes y confesores,

pontífices y doctores,

que hacen vuestro Monte Cielo.

 

Dando culto a vuestro honor

durará siempre el Carmelo,

porque así lo alcanzó el celo

de Elías, su fundador:

cuando Cristo, en el Tabor,

mostró su gloria sin velo.

 

 

MAGNIFICA

 

 

Cántico de María. ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR

(Lc 1, 46-55)

 

 

Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.

 

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.

El hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

 

OREMOS.

 

Oh Virgen del Carmen, Madre de Dios y de los pecadores, especial protectora de los que visten tu sagrado escapulario, te suplico por lo que Dios te ha engrandecido, escogiéndote para verdadera Madre suya, que me alcances de tu querido hijo Jesús, el perdón de mis pecados, la enmienda de mi vida y la salvación de mi alma. Amén.